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Hoy damos inicio a una serie de tres enseñanzas que he titulado: “Breves lecciones de anatomía cristiana”.
¿En qué consiste esto? Bueno voy a hablar sobre tres partes de nuestro ser que todas están entrelazadas mutuamente, pero que como cristianos considero importante entenderlas, en primer lugar, en segundo lugar, identificar su función, así como sus peligros, y tercero aprender a usarlas, controlarlas y cuidarlas para nuestro desarrollo espiritual y para la gloria de Dios.
Las tres partes de las que estoy hablando son:
1. La lengua
2. El corazón
3. La mente
Y hoy vamos a comenzar por la lengua.
Y para esto, empiezo dándoles algunos datos curiosos acerca de la lengua.
- Nos sirve para hablar, respirar, comer.
- Está compuesta por ocho músculos (Cuatro de los músculos de la lengua no están adheridos a ningún hueso y son los que le permiten cambiar de forma)
- La lengua humana tiene entre 3000 y 10.000 papilas gustativas
- Los receptores de sabor no pueden sentir el sabor a menos que estén humedecidos
La usamos constantemente, y muchas veces pasamos por alto lo importante que es. Imaginemos por un momento cómo sería nuestra vida sin lengua. Sin duda sería un tanto complicada.
Bueno, pues hoy quiero que miremos lo que Dios tiene que decir acerca de este pequeño miembro que tenemos en nuestras bocas.
Debo decir que la preparación de esta enseñanza ha sido muy confrontante para mí. Me he dado cuenta de cuánto necesito aprender a controlar mi lengua. Y eso que soy persona de pocas palabras.
Las palabras tienen poder. Mucho más del que podríamos imaginarnos. Pueden angustiar como dice Job 19:2:
¿Hasta cuándo angustiaréis mi alma, Y me moleréis con palabras?
Las palabras pueden sanar o herir. Proverbios dice: 12:18:
Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; Mas la lengua de los sabios es medicina.
¿Alguna vez haz hablado con alguien y has terminado sintiéndote como si un camión te hubiera pasado por encima? ¿Literalmente?
A mí me ha pasado. Pero también me ha pasado en otras ocasiones que he sentido alivio después de hablar con alguien.
Creo que a veces perdemos de vista la fuerza que tienen las palabras.
En la preparación de esta serie me encontré con algo muy interesante, y es que inicialmente pensé que este era un tema que valía la pena abordar, pero cuando tuve la idea y empecé a leer y preparar material, lo hice creyendo que cada uno de estos elementos, la lengua, el corazón y la mente, era independiente, o por lo menos lo podía abordar como algo independiente de los demás. Pero tan pronto comencé a avanzar me di cuenta lo estrechamente relacionados que están.
De entrada, comprendí que las palabras son el producto de nuestra lengua, y nuestra lengua revela con total nitidez, mejor dicho, en alta definición, (usando términos modernos) lo que hay en nuestro corazón, y nuestro corazón es un reflejo claro de lo que pasa por nuestra mente.
Ahora, no quiero enredarme saltando de aquí para allá entre estos tres, escogí un domingo para cada uno, y aunque nos vamos a concentrar en cada uno de ellos, tenemos que verlos desde esta perspectiva integrada.
Como dije hace un momento: las palabras tienen poder. Pero en realidad las palabras en sí mismas no son las que tienen poder. Lo que les da poder es la lengua. Podemos conocer el significado de la palabra estúpido, y verla escrita en alguna parte, como la vemos aquí proyectada. Y aunque pueda ser una palabra fuerte, en este momento, espero, no le está haciendo daño a nadie. ¿Qué es lo que le da valor a esa palabra? El valor lo cobra cuando la pronunciamos contra alguien, cargándole todo su significado.
A eso me refiero cuando digo que lo que les da poder a las palabras es la lengua. ¿Estamos empezando a darnos cuenta de lo poderosos que somos con nuestra lengua?
Abramos nuestras Biblias en el libro de Santiago, capítulo 3, y vamos a leer los versículos 1 al 12.
El libro de Santiago aborda en repetidas ocasiones el tema de la lengua, o de lo que expresamos con nuestra boca. En todos los capítulos hay una mención, ya sea a la lengua o a lo que hablamos o decimos.
Este pasaje que acabamos de leer es una descripción muy acertada de lo que es la lengua. ¿Cuántas veces no nos hemos metido en graves problemas solo por lo que hemos dicho? ¿O incluso, por lo que no hemos dicho?
La primera parte de lo que leímos aquí es muy interesante. Santiago aquí no quiere decir que está mal ser maestro. Pero sí nos está dando una palabra de advertencia. ¿Por qué no es conveniente que todos nos afanemos por ser maestros entre nosotros? La respuesta está en el versículo 2. En el contexto hebreo los maestros eran de gran estima. Por tal razón, quienes abrazaban la fe cristiana podían sentirse atraídos a querer “figurar” como maestros. Esto en realidad no ha cambiado mucho en la actualidad. Sin embargo, la responsabilidad de enseñar la palabra de Dios es demasiado grande. Al ver este versículo en realidad debe caer sobre nosotros temor. A mí me da temor ver cómo la palabra de Dios nos desnuda, nos pone al descubierto, y eso es justo lo que sucede en este versículo 2: Todos ofendemos en muchas cosas. Y aquí Santiago se refiere puntualmente a ofender con lo que decimos. Y no lo hacemos pocas veces, sino muchas veces.
Miremos los adjetivos de cantidad en estos dos versículos. En el versículo 1 dice no os hagáis maestros ¿cuántos?… Muchos. Y en el versículo 2 dice porque ¿cuántos?… Todos.
Todo el que se para aquí a exponer la palabra de Dios ofende, peca, en muchas cosas. El peligro está en que cuantos más maestros haya, más peligro habrá de que la enseñanza se desvíe o se tuerza. ¿Por qué? Porque nuestra inclinación natural es a pecar… todos ofendemos en muchas cosas. Siempre me da miedo pararme frente a ustedes a exponer la palabra de Dios. Y me da miedo porque no quiero decir algo indebido, no quiero enseñar algo errado.
¿Y qué dice el resto del versículo 2?
Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.
Este es uno de los puntos que más me ha tocado en el proceso de estudio de este tema. En esencia lo que dice esta porción es que el que controla su lengua, tiene la capacidad de controlar todo su cuerpo, o controlarse a sí mismo. Pero además de esto dice que el que no ofende en palabra es un varón perfecto.
Y aquí quiero hablar a los hombres, o hablarnos a los hombres. Porque este versículo se refiere precisamente es a nosotros. Cuando hablamos de los pecados de la lengua, como el chisme o la murmuración, me temo que los hombres automáticamente pensamos algo como esto: “bueno, las que más luchan con eso son las mujeres”. Es verdad que las mujeres hablan más que los hombres, pero eso no quiere decir que los hombres no pequemos con nuestra boca. Y este versículo está hablando es de los hombres, no de las mujeres.
Hombres, si no podemos controlar nuestra lengua, no podremos controlar nuestro cuerpo. Es así de claro y así de simple. Este principio es un buen punto de partida cuando quieras tratar con hábitos pecaminosos en tu vida. Si dominas, si domas tu lengua, vas por buen camino a dominar todo tu cuerpo.
Aquí la palabra que se tradujo como perfecto al español e la palabra griega teleios (τέλειος) que es la alusión a algo que ya ha sido terminado, que no le hace falta nada para estar completo.
¿Hay alguien entre nosotros que ya esté terminado? Por favor póngase de pie. ¿Hay alguien que no le haga falta nada para estar terminado?
Tristemente, a la luz de esto, creo que nadie está en capacidad de tener total control de su lengua. Todos ofendemos en palabra.
La versión NTV, traduce este versículo de esta manera:
Es cierto que todos cometemos muchos errores. Pues, si pudiéramos dominar la lengua, seríamos perfectos, capaces de controlarnos en todo sentido.
Si pudiéramos dominar la lengua… ¿qué sucedería? seríamos perfectos.
Pero la realidad es que nuestra lengua revela lo que realmente somos. Revela nuestro pecado. Leamos Isaías 6: 1 – 7. El año pasado estuvimos viendo este pasaje dentro del contexto de la santidad de Dios. ¿Lo recuerdan? Isaías tuvo la oportunidad de ver la presencia de Dios mismo, ¿y qué expresó cuando se dio cuenta dónde estaba?
!!Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. (v. 5)
No sé qué se me habría ocurrido decir a mí si hubiera estado en las sandalias de Isaías, pero veo que él supo expresar lo que somos. Si bien la razón por la cual somos inmundos de labios es porque somos pecadores, Isaías tuvo terror al darse cuenta de lo que salía de su boca. Y pienso que se dio cuenta que tenía labios inmundos porque al ver la presencia de Dios, vio lo que los serafines hacían. Recuerden, en esta escena hablamos de un Dios santo y también que los serafines son seres santos, sin pecado, pero la santidad de Dios es tal que hasta estos serafines no se sienten dignos de estar en su presencia y por tal razón se cubren los rostros y los pies. Así de santo es Dios, pero no solo están cubriéndose y volando en la presencia de Dios, sino que su asombro y convencimiento es tal, que constantemente se dan voces entre sí ¿diciendo qué?: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.
Isaías vio la santidad de Dios, entendió que lo único correcto que debía salir de su boca era una expresión de reconocimiento y adoración a Dios por su santidad y su gloria, pero que de su boca no salía eso, sino inmundicia por causa de su pecado. En él cayó el terror de ver lo culpable que era. Su condición de pecador quedó en evidencia al ver que sus labios no reconocían la santidad de Dios como era debido. Los mismos serafines se cubrían el rostro y expresaban adoración a Dios por su santidad y gloria, mientras que Isaías, en vez de tener el rostro cubierto, vio la presencia de Dios y supo de inmediato que no era digno de estar ahí.
Como lo dije hace un momento: nuestra lengua revela nuestro pecado. ¿Nos vamos dando cuenta de lo complejos que somos?
Con nuestras palabras no solo podemos angustiar, sanar o herir, también podemos matar.
Leamos Salmos 64: 1 – 4
A diferencia de una espada, una flecha puede hacer daño a distancia. Así son las palabras, son como flechas que lanzamos y pueden hacer daño a distancia. De hecho, eso es lo que dijo Jesús en Mateo 5: 21 y 22 leámoslo
Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.
O como dice Proverbios 18: 21
La muerte y la vida están en poder de la lengua, Y el que la ama comerá de sus frutos.
Ese es el poder de la lengua, y esa es la razón por la cual debemos saber hacer uso de la misma. Porque más allá del poder que pueda tener, también debemos ser conscientes que daremos cuenta de lo que decimos. Es más, no solo daremos cuenta de lo que decimos, sino que lo que decimos determina nuestra eternidad. Mateo 12: 36, 37 dice:
Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.
¿Cómo dice el versículo 37? Por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado. La lengua pone en evidencia la fe verdadera, así como la fe falsa. O como dice Romanos 10: 9 y 10:
que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.
Con la boca confesamos a Cristo, confesamos que Jesús es nuestro Señor. Pero leamos los versículos previos a los que acabamos de leer en Mateo 12, versículos 34 y 35.
!!Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas.
Bien dice el dicho: el pez muere por su boca.
Nuestra boca revela lo que somos, muestra lo que hay en nuestro corazón. Si todavía no lo sabes, pero quieres saber qué hay en tu corazón, sólo presta atención a lo que sale por tu boca. ¿De qué hablas en tu cotidianidad con tus amigos o compañeros de trabajo o estudio?
De carros, de dinero, de viajes, de sueños, de frustraciones, críticas, rumores, chismes. ¿De qué hablas? Y quiero resaltar la palabra abundancia. Este pasaje no nos dice que la boca habla de lo que hay en el corazón, sino de lo que abunda en el corazón. ¿Qué significa abundancia o abundar?
Abundar:
Haber o existir en gran número o en gran cantidad.
Tener algo en gran cantidad o en gran número.
Abundancia:
Gran cantidad.
Prosperidad, riqueza o bienestar.
Entonces nuestra boca habla de lo que hay en gran número o en gran cantidad en nuestro corazón. Nuestra boca expresa aquello que pulula, prospera en nuestro corazón. Creo que es hora de ser auto-críticos, de someter a prueba lo que hablamos. ¿De qué hablas tú?
El hecho de que la lengua revele lo que hay en nuestro corazón, nos muestra que la lengua es tan solo un medio. No podemos atribuirle toda la responsabilidad de la maldad o bondad que pueda producir. Porque es tan solo un conducto. La lengua es como la ventana a través de la cual se puede ver lo que hay en el corazón. Pero volvamos a nuestro pasaje inicial, Santiago 3, y leamos los versículos 3 al 5. Ya vimos que Santiago nos recomienda a no pretender hacernos maestros muchos de nosotros, dada la gran responsabilidad que esto implica, especialmente ante la realidad de imperfección, de pecado y de estar propensos a ofender con nuestra boca con tanta facilidad. Y me parece muy curiosa la analogía que hace Santiago en este versículo 3 en comparación con los caballos. Creo que a muchos de nosotros nos haría bien tener un freno así para controlar nuestra lengua, y, por ende, como dice el versículo anterior, así controlaríamos todo nuestro cuerpo.
Así como los caballos se controlan con el freno y los barcos con el timón, la lengua, siendo un miembro de nuestro cuerpo tan pequeño, se jacta de grandes cosas. Recordemos lo que ya hemos visto. ¿De qué grandes cosas se puede jactar la lengua? De herir, de sanar, de angustiar, de matar, entre otras cosas.
Con la lengua pecamos de formas que incluso hasta a veces no nos damos cuenta. Creo que todos tenemos claridad respecto a cuál fue el primer pecado. ¿Correcto? El primer pecado fue la desobediencia de Adán y Eva al comer del fruto que Dios les dijo que no comieran. Bien, ahora ¿cuál fue el segundo pecado? Bueno, creo que el segundo pecado fue un pecado de la lengua. Repasemos la escena, vayamos a Génesis 3: 6 – 13.
Y aquí quiero hacer una pequeña anotación al margen. Pregunto: ¿quién tomó primero del fruto? Eva. ¿Pero a quién le pidió Dios cuentas? A Adán.
Hombres, Dios nos va a llamar a nosotros a cuentas respecto a lo que suceda con nuestra familia. Nosotros somos los principales responsables y somos quienes daremos cuentas a Dios. Aunque Eva fue la que comió primero, Dios, aun sabiéndolo, no llamó a Eva para preguntarle qué había hecho.
Bueno, entonces, ¿qué hizo Dios en el versículo 9? Llamó al hombre, le preguntó ¿dónde estás? Y cuando finalmente Adán aparece de detrás de algún arbusto, seguramente salió con cara de perro regañado y dando explicaciones que nadie le había pedido. ¿Cuál fue la pregunta de Dios? ¿Dónde estás? Pero Adán, más allá de decir, aquí estoy, sale y dice que estaba escondido porque tenía miedo, porque estaba desnudo. A lo cual Dios, teniendo pleno conocimiento de la situación, le pregunta, como dándole la oportunidad de confesar su pecado:
¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?
Y aquí es donde se presenta el segundo pecado en la historia, ¿Cuál fue la respuesta de Adán?
La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.
En otras palabras, Adán quiso culpar a Dios por su pecado. Adán, tratando de dárselas de muy audaz, no asumió su responsabilidad, sino que la transfirió directamente a Dios. Luego Dios confrontó a Eva:
Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí.
Ninguno de los dos asumió su responsabilidad. Ninguno de los dos confesó su pecado, sino que prefirieron esconderlo con evasivas.
Creo que ellos ni siquiera se estaban dando cuenta de su pecado y sutilmente estaban empeorando la situación. Y así nos suele suceder a nosotros. A veces con cosas tan evidentes como una mentira. Saben, el que miente debe tener buena memoria para poder mantener su mentira y hacer que coincida con todo lo que la rodea. Cuando uno miente tiene que estar dispuesto a seguir con la mentira hasta lo último, y esto se convierte en una bola de nieve, cada vez es peor y más grande.
¿Cómo dice Santiago 3: 5?
Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, !!cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!
Así como una mentira es similar a una bola de nieve, la lengua es un miembro pequeño que se jacta de grandes cosas, como un gran incendio forestal que se inicia con solo una chispa. Se sabe dónde comienza esa pequeña bola de nieve o esa chispita, pero nunca dónde terminan. Así también podemos saber dónde comienza lo que decimos, pero nunca dónde podrá terminar.
Veamos el siguiente versículo: Santiago 3: 6
Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.
Una lengua sin control es semejante a lo que vemos en este versículo. Es un mundo de maldad, es un fuego, contamina. ¿Saben cuál es uno de los mayores estimulantes para pecar con la lengua?
La ociosidad. Cuando no tenemos nada importante que hacer y nos dedicamos a hablar de lo que sea, entramos en el territorio donde fácilmente terminamos pecando. Dice Proverbios 10: 19
En las muchas palabras no falta pecado; Mas el que refrena sus labios es prudente.
Es prudente aquel que refrena su lengua. En Proverbios 17: 28 dice:
Aun el necio, cuando calla, es contado por sabio; El que cierra sus labios es entendido.
La palabra de Dios abunda en consejo para nosotros respecto a controlar nuestra lengua, respecto a murmurar, respecto a criticar o a burlarnos. Es fácil pasar de las bromas a las ofensas sin darnos cuenta. Podemos dárnoslas de muy chistosos con bromas que decimos, pero en el fondo podemos estar hiriendo. Es más, aun las mismas bromas son un reflejo de nuestro corazón. Por ejemplo, el doble sentido. Cuando le damos un sentido, ya sea obsceno o de cualquier otra índole, cambiando el sentido inicial a lo que decimos o lo que alguien dice. O qué tal el chisme.
Proverbios 20: 19 dice:
El que anda en chismes descubre el secreto; No te entremetas, pues, con el suelto de lengua.
¿Qué tal? ¡Tremendo!
Leamos ahora los versículos 7 y 8.
¿Qué animal habrá que no haya sido domado por el hombre? Vemos de todo. Es impresionante ver cómo los famosos acuarios del mundo hacen espectáculos con enormes ballenas o delfines, ¿cómo hacen para entrenarlas y que hagan todo lo que les dicen? De hecho, me llama la atención que esto ya se hacía en tiempos antiguos. Porque Santiago aquí lo menciona, dice que bestias, aves, serpientes y seres del mar se doman y han sido domados por la naturaleza humana. Pero, y este pero debe ser bien grande:
PERO ¿qué…?
Ningún hombre puede dominar su lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal.
Así es nuestra lengua.
La realidad es que, así como las palabras sanan también hieren, y lo irónico de esto es que muy seguramente las palabras que más nos han herido en la vida han salido de la boca de personas que también han pronunciado palabras que nos han sanado, que nos han traído alivio, que nos han sosegado.
Los siguientes versículos, 9 y 10 nos recalcan esto:
Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así.
Y quiero terminar precisamente con esta última frase:
Hermanos míos, esto no debe ser así.
Hoy venimos acá y hablamos bonito unos con otros. Cantamos alabanzas a Dios muy bonito, pero al terminar el servicio, al volver a casa, al iniciar nuestra semana, es muy probable que olvidemos lo contaminados que estamos por el pecado de nuestra boca. Pero el Salmo 34: 13 nos recuerda cómo debemos cuidarnos de lo que hablamos:
Guarda tu lengua del mal, Y tus labios de hablar engaño.
A la luz de lo que hemos visto hoy, sé que es muy difícil que podamos dominar nuestra lengua de un momento a otro. En mi proceso de entender lo que Dios dice en su palabra en este sentido, he visto que muchas veces debo callar y no decir cuántas cosas quisiera decir, pero que en realidad terminan siendo palabras necias.
Quisiera que este mensaje no se quedara solo en teoría. Como ya lo dije, vemos que es difícil dominar nuestra lengua. Pero eso no quiere decir que entonces no hay razón para intentarlo. La realidad de quienes somos hijos de Dios, es que con la ayuda del Espíritu Santo si se puede. Tenemos mucho por aprender y por recorrer, pero para que no nos quedemos con un mensaje más que pronto olvidaremos. quiero dejarles un reto. Y es este:
Memoricemos salmo 34: 13. ¿Muy difícil?
Guarda tu lengua del mal, Y tus labios de hablar engaño.
Y junto con memorizar este versículo, hagamos el ejercicio esta semana y siempre. Cada vez que nos demos cuenta que estamos hablando de más, o que estemos pensando decir una mentira, o echar un chiste de doble sentido, o hacer una burla de alguien que puede ofenderse, o contar un chisme, o criticar, o murmurar, etc., repitamos mentalmente este extenso versículo:
Guarda tu lengua del mal, Y tus labios de hablar engaño.
Oremos