Seguimos hoy con la serie que he titulado Anatomía cristiana.
El domingo pasado estuvimos hablando sobre la lengua y aprendíamos cuán necesario es que aprendamos a controlarla, pero veíamos que nosotros mismos no estamos en capacidad de hacerlo, aunque con la ayuda del Espíritu Santo sí es posible. Humanamente no podemos hacerlo, pero si dejamos que el Espíritu Santo obre en nosotros, y tome control, seguramente sí podríamos ver cambios en esa área de nuestra vida.
También hablaba yo que inicialmente cuando pensé en abordar esta serie, la cual cubre la lengua, el corazón y la mente, pensé en abordar cada uno de estos temas de forma independiente, pero comprendí que estos tres están estrechamente ligados entre sí. La lengua expresa lo que hay en el corazón y el corazón es un reflejo de lo que pasa por nuestra mente. Así que en última instancia nuestra boca revela lo que somos.
Hoy quiero abordar el tema del corazón. Y en sí es un tema extenso que resulta muy pretencioso de mi parte querer abarcarlo en solo una enseñanza, pero quiero tocar algunos elementos relevantes que a mi parecer debemos considerar para tener un corazón sencillo y sensible a la voluntad y la palabra de Dios.
Jesús dijo en Mateo 5: 8:
Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios
Creo que este es un buen punto de partida para hablar del corazón porque nos expone un principio que debemos tener claro: a Dios sólo lo podemos ver si tenemos un corazón limpio. Al cielo sólo se puede llegar si se tiene un corazón limpio.
Entonces, ¿cómo está tu corazón? ¿limpio o sucio?
Proverbios 20: 9 dice:
¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado?
La realidad es que, aunque nuestro corazón se puede limpiar, no somos nosotros los que lo podemos limpiar. Como veíamos el domingo pasado, así como nosotros mismos no podemos controlar la lengua, tampoco podemos limpiar nuestro corazón.
Y si la palabra de Dios dice que nuestro corazón necesita ser limpio, es deducible, entonces, es porque se ha ensuciado.Y para limpiarlo necesitamos conocer el tipo de suciedad de la que estamos hablando, porque según la mancha, se elige el tipo de blanqueador que va a usar ¿correcto?
Resulta que nuestro corazón tiene una inclinación natural hacia lo malo. Génesis 6: 5 es una descripción muy clara de lo que Dios vio en cuanto a cómo es el corazón del hombre, a medida que fue creciendo en número la humanidad, también creció su maldad. Dice:
Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.
Aquí, la palabra que en español fue traducida como “pensamientos”, proviene de la palabra hebrea yetser, que significa forma, formación, o propósito. En otras palabras, el corazón del hombre de forma natural se propone a hacer lo malo. Si bien podemos tener intenciones buenas o una buena moral, la realidad es que por alguna razón (nada extraña) hay una inclinación a lo malo. A nuestros hijos no tenemos que enseñarles a mentir ni a hacer rabietas, ni a mirar feo. La realidad es que todos venimos con esa inclinación.
Así que, recapitulando rápidamente: A Dios lo podemos ver si tenemos el corazón limpio. Nuestro corazón no lo podemos limpiar nosotros mismos. Y está sucio porque tiene una inclinación natural a hacer lo malo, a pecar.
Definamos qué es el corazón.
Para fines prácticos podemos definir el corazón como el centro, el núcleo de algo.
En sí, cuando usamos la palabra corazón, generalmente queremos comunicar algo profundo. Y es que eso es lo que es nuestro corazón. Creo que es la esencia de lo que somos, en realidad es lo que somos. Cuando “abrimos el corazón” estamos en otras palabras “desnudándonos” diciendo lo más profundo que hay en él, exponiendo nuestros sentimientos.
Entonces, si conectamos esto último con lo anterior, creo que nos encontraremos con una realidad muy cruda y es esta:
En el fondo, en nuestro núcleo, el centro de nuestro ser está contaminado por la maldad, por el pecado. Es ahí donde está nuestro pecado. Mateo 15: 17 al 20 dice:
¿No entendéis que todo lo que entra en la boca va al vientre, y es echado en la letrina?
Pero lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre.
Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.
Estas cosas son las que contaminan al hombre; pero el comer con las manos sin lavar no contamina al hombre.
¿Alguna vez has tenido la frialdad para analizar cómo te sientes después de haber pecado?
Yo sí lo he hecho. Y te animo a hacerlo. Piensa en cómo te sientes cuando estás airado, ¿dónde se concentra esa ira? ¿Dónde la sientes? ¿En la cabeza? ¿En el estómago? o ¿en el corazón?
Cuando hemos dicho palabras hirientes, ¿de dónde han salido? Es a es o a lo que se refiere Jesús en ese pasaje y es una realidad inherente a la naturaleza humana. Nacemos con maldad en nuestro corazón, ese es el pecado. Pero hay otra cara de la moneda, y es que también nacemos con el deseo de ser buenos, es más, de creernos buenos. Es muy probable que incluso algunos no les haya agradado mucho lo que dije hace un momento, cuando dije que el centro de nuestro ser está contaminado por la maldad. Pero esa es una verdad, esa es una realidad que no podemos negar. La Palabra de Dios dice en Romanos 3: 23
Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios
Podemos querer ser buenos, podemos creernos buenos, pero la realidad es muy diferente. ¿Cómo conectamos esto con lo que leímos inicialmente en Mateo 5: 8? El que está destituido de la gloria de Dios, no puede ver a Dios, por ende, tiene el corazón sucio.
El problema con querer ser buenos, es que no podemos serlo por nuestros propios medios. Es posible que tengamos una conducta moral buena. Podemos conducirnos bien en esta vida y pensar que somos personas buenas, pero eso no soluciona en nada el problema que hay en el corazón. Eso no limpia el corazón. Es como limpiar un vaso por fuera y dejarlo sucio por dentro. Es lo que Jesús les dijo a los fariseos en Mateo 5: 1 – 28
¿Quiénes eran los fariseos? Eran personas expertas en la ley de Moises, la ley que Dios le había dado al pueblo de Israel. Ellos la habían estudiado mucho y se habían empeñado en cumplirla al pie de la letra. Entonces, por ejemplo, si la ley dice, guarda el día de reposo para santificarlo. Ellos necesitaban tener más claridad al respecto, así que le añadieron más detalle a esa norma o, en términos actuales, se dieron a la tarea de reglamentarla. Así que establecieron una extensa lista de actividades prohibidas en el día de reposo, tales como atar, desatar, hornear, caminar más de cierta distancia, etc. Eran tan detallados o exagerados que uno violaba el día de reposo si escribía más de dos letras o si borraba más de dos letras.
Las buenas acciones del exterior no limpian la maldad del interior. Y ese es el engaño en el que solemos caer como humanos: Nos creemos buenos porque externamente hacemos más cosas buenas que malas. Pero eso no quita la maldad que hay en el centro de lo que somos, en el corazón.
Alguna vez haz escuchado este dicho: “no juzgues al libro por la portada”.
Lo que quiere decir este dicho es que no siempre lo interior coincide con lo exterior. Y, hablando del corazón, lo ideal es que lo que se ve afuera coincida con lo que hay adentro.
O, siguiendo el principio de este dicho, ¿tu portada coincide con el libro que hay adentro? ¿Cómo es tu comportamiento privado, coincide con el comportamiento público?
Quiero que podamos tener ilación y claridad en lo que estoy exponiendo, por eso me devuelvo para repasar.
Comenzamos viendo que para ver a Dios, o para llegar al cielo es necesario tener un corazón limpio. Mateo 5: 8
Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios
Luego vimos que, si bien nuestro corazón se puede limpiar, no podemos limpiarlo por nuestra propia cuenta. Proverbios 20: 9
¿Quién podrá decir: Yo he limpiado mi corazón, Limpio estoy de mi pecado?
Luego definimos qué es corazón. Y decía yo es es el núcleo el centro de algo. Así que el corazón es lo que realmente somos y la triste realidad de todo esto es, que en el centro de lo que somos hay maldad.
Mateo 15: 19 dice
Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.
Así que no solo no podemos limpiar nuestro corazón, sino que está demasiado sucio, está más sucio de lo que estamos dispuestos a aceptar. Pero a pesar de todo eso, tendemos a creer que el comportamiento externo basta para limpiar la suciedad interna.
¿Tiene esto alguna lógica? ¿Será que si lavo por fuera el carro, también va a quedar limpio por dentro?
La realidad es que el problema del corazón no se resuelve con comportamientos externos. De hecho, el comportamiento externo tarde o temprano revela lo que hay adentro. Eso lo vimos hace ocho días. De la abundancia del corazón habla la boca. Nosotros mismos estamos definidos en nuestro corazón. Proverbios 27:19 dice:
Como en el agua el rostro corresponde al rostro, Así el corazón del hombre al del hombre.
Y lo que quiero que quede claro para nosotros hoy es que nuestra tendencia humana es a enfocarnos, a fijarnos en lo externo más que en lo interno. Por esa razón, cuando vemos algo malo en nuestras vidas, nuestra reacción para modificar eso se concentra en aspectos de comportamiento y no en el meollo del asunto, no en el fondo del problema que está en el corazón.
Los problemas de comportamiento no son problemas de comportamiento, sino problemas del corazón, (Jeff Miller)
Eso es precisamente lo que dijo Jesús en Mateo 15: 19.
Los malos pensamientos no son el resultado de un mal comportamiento, sino de un corazón que se deleita en esos pensamientos.
Los homicidios no son el resultado de comportamientos malvados, sino de un corazón lleno de odio
Los adulterios o las fornicaciones no son el resultado de un comportamiento sexual o sensual, sino de un corazón lujurioso.
Los hurtos no son el resultado de un comportamiento cleptómano, sino el resultado de un corazón codicioso.
Y ¿qué decir de los falsos testimonios o las mentiras? Uno no miente, como diría el Chavo, porque se le chispotió, sino que es el resultado de algo más profundo que yace en el corazón.
Así mismo con las blasfemias, o las calumnias o las malas palabras.
La realidad es que las cosas feas que no nos agradan de nuestro comportamiento tiene una raíz profunda en el corazón. Y esto a mí me lleva a una comprensión más amplia de lo que dice Jeremías 17:9
Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?
¿Por qué es engañoso el corazón? Porque de él salen todas estas cosas. Por eso no podemos confiar en nuestro corazón, no es sabio seguir sus impulsos.
El mundo dice: solo sigue tu corazón. Si seguimos a nuestro corazón terminaremos haciendo estas cosas.
Pero no quiero que nos quedemos con el panorama oscuro, pensando en lo horribles que somos por dentro. Todo lo contrario. Si hay algo que he aprendido al ver lo horrible del corazón ha sido comprender la belleza y profundidad de la salvación.
Uno puede pensar muchas cosas buenas de uno mismo, pero a medida que fui mirando estos pasajes, fui dándome cuenta que el pecado está arraigado en el centro de lo que soy y ha contaminado profundamente mi ser. Y ver una realidad tan cruda acerca de mi mismo, me hizo ver con nuevos ojos la salvación que tenemos en Cristo.
Estamos tan contaminados por el pecado que lo que dice la primera parte de Romanos 6: 23 es demasiado cierto. No es una realidad parcial. La paga del pecado es muerte.
Como dije al comienzo, necesitamos entender el tipo de mancha para saber qué tipo de blanqueador usar. Dice 1 de Juan 1: 7 que la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado. Ahí tenemos el blanqueador ideal.
Hace ocho días hablé de la lengua. Vimos lo terrible y difícil que es controlarla para nosotros.
Hoy hemos visto el corazón, y estamos viendo lo terrible que es y lo imposible que es para nosotros limpiarlo. En realidad no podemos limpiarlo nosotros, sólo Cristo puede hacerlo y esta verdad es la que más me golpea en cuanto a esto. La salvación que Dios me otorga por medio de su Hijo Jesucristo es tan absoluta y profunda, que me salva hasta de mí mismo. Su sangre no mancha, limpia.
En la Biblia hay 876 referencias directas al corazón. Tenemos mucho por aprender al respecto. Pero creo que para empezar necesitamos aprender quiénes somos realmente (nada buenos), y comprender la grandeza de la obra de Jesús por nosotros en la cruz.
Es verdad, ninguno de nosotros puede decir: he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi pecado. Pero sí podemos decir que la sangre de Cristo nos ha limpiado. Podemos decir que no hay condenación para los que estamos en Cristo.
Y parte del gozo que encuentro en la salvación es que un corazón limpio refleja un comportamiento transformado.
Podemos mostrarnos bonitos, mostrar comportamientos santurrones hacer todo lo externo para parecer transformados, pero es mejor cuando todas esas cosas empiezan a verse en nuestro comportamiento como consecuencia de un corazón que ha sido limpiado y transformado.
Vayamos al salmo 51.
Leamos primero los versículos 1 hasta la primera parte del 4.
David escribe muy gráficamente lo que somos, lo que es nuestro corazón y por eso le pide a Dios que lo lave. Y lo dice insistentemente. “Lávame más y más” eso es como cuando un refriega la ropa una y otra vez para sacar una mancha. Una y otra vez, lávame.
Y ahora leamos el versículo 10.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
Un corazón limpio produce un comportamiento limpio. Un corazón limpio se traduce en una vida transformada.
¿Cómo nos fue esta semana con el versículo que recomendé que memorizáramos y que tuviéramos en mente durante la semana?
A mí me ayudó. En varias ocasiones vino a mi mente el versículo: Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño. De hecho hayuna canción infantil con esa letra, así que recordarlo con la melodía me ayudó más. En varias ocasiones pude callar y no decir algo que no convenía.
Bueno hoy tengo otro versículo con el que quiero que nos vayamos y que lo tengamos en la mente esta semana.
Salmo 51:10. Creo que todos queremos un corazón limpio. Creo que todos queremos una vida transformada, creo que todos queremos comportamientos que reflejen la obra de Cristo por nosotros. Así que, al igual que la semana pasada con la lengua, esta semana pensemos en aquellas cosas pecaminosas que salen de nuestro corazón y oremos a Dios pidiéndole precisamente esto:
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
Este está más largo que el de la semana pasada, pero no creo que sea demasiado difícil. Repitámoslo.
Que esa sea nuestra oración esta semana.
Oremos.