Beautiful skyEl domingo pasado dimos inicio a esta corta serie sobre el pecado. Estuvimos viendo el tema a la luz del salmo 51 que es el salmo de confesión de David después de haber sido confrontado por el profeta Natán.

Hoy, como lo anuncié el domingo pasado, quiero abordar el tema del pecado en relación con la santidad de Dios.
El domingo pasado hice un ejercicio un tanto peculiar. Al llegar, en la mayoría de sillas encontramos un papelito que decía: reservado para pecadores, reservado para mentirosos, reservado para fornicarios, homicidas, adúlteros, etc. Me causó gracia ver las reacciones. En algunas personas vi una expresión de molestia, no les gustó. Mientras que otros se reían, y otros miraban cuál podría ser el menos grave de los que había por ahí. Hablaba de cómo hay una tendencia entre nosotros como cristianos a no reconocer nuestro pecado, y comparaba esto con la reacción de David registrada en el salmo 51, en el salmo 32 y en 2 de Samuel, entre otros pasajes. David no se rehusó a reconocer que había pecado. Es más, no trató de minimizarlo, de restarle importancia, o de dar excusas. Fue directo al grano, se humilló delante de Dios, se puso a cuentas con él.
Concluíamos, de acuerdo con lo que dice el salmo 51, que David había dejado de alabar a Dios mientras había decidido mantener oculto su pecado, y además había perdido el gozo de su salvación.

El gozo de la salvación lo perdemos cuando optamos por cubrir el pecado por nuestra cuenta, en lugar de dejar que sea Cristo con su sangre quien lo cubra. ¿Y cómo o cuándo hacemos eso? Cuando actuamos así como David. Cuando preferimos ocultar nuestro pecado, cuando preferimos aparentar que todo está bien en nuestras vidas, cuando es más importante guardar las apariencias y mantener una reputación que dar testimonio del salvador que tenemos. Es verdad, el pecado avergüenza, pero si no avergonzara, entonces no sería pecado. ¿recuerdan cual fue el primer sentimiento que tuvieron Adán y Eva cuando pecaron? Se dieron cuenta que estaban desnudos y de inmediato procuraron cubrirse. Sintieron vergüenza y sintieron la necesidad de cubrirse. Las cosas no han cambiado hoy. Cada vez que pecamos queremos mantener cubierto, oculto, tapado ese pecado. No queremos que nadie se entere.

Esto mismo hizo David, pecó y prefirió cubrir su pecado, cubrir la evidencia. Es lo mismo que solemos ver de vez en cuando, unos novios quedan embarazados, y ahí sí, de un momento a otro, los vemos completamente deseosos de contraer matrimonio, comprometidos y organizando bodas en corto tiempo porque entre más pronto mejor, así se oculta la evidencia lo mejor posible.

Sin embargo, también veíamos cuál fue la reacción de David al reconocer su pecado y lo aplicábamos a nuestra realidad. David al componer este salmo no se contuvo en adjetivos que describían su pecaminosidad.

Veíamos que él reconoció sus rebeliones, su maldad, su pecado. Y veíamos el significado de fondo que encontramos en estas palabras. Es como si él estuviera diciendo, yo soy un rebelde, soy un pervertido, soy un ofensor. Y eso es lo que somos todos los que somos pecadores, eso y mucho más.

Cuando algo se vuelve común, cuando se escucha una y otra vez, es fácil que pierda significado. Y cuando hablamos del pecado, me temo que fácilmente tendemos a perder de vista su gravedad, porque perdemos de vista su verdadero significado y perdemos de vista ese significado porque, dicho coloquialmente “se ha hecho parte del paisaje”. Es decir, ya nos acostumbramos tanto a esa palabra y lo que puede significar, que dejamos de asombrarnos o alarmarnos ante lo que realmente es.

Cuando decimos la frase “se ha vuelto parte del paisaje” estamos diciendo que nos hemos acostumbrado a algo. Recuerdo hace unos años, en una empresa donde trabajaba recibimos la visita de una directora de esa misma entidad pero en unas islas del caribe. Una tarde después de salir de una reunión mientras la transportaban hacia el hotel, dijo algo que nos dejó asombrados, qué hermosas se ven esas montañas así de nubladas y con la lluvia que está cayendo. ¡¿Cómo?! ¿Entendimos bien lo que estaba diciendo? y sí, en efecto así era. Ella estaba maravillada con la belleza de las montañas nubladas, el cielo opaco y la lluvia de Bogotá. El problema no estaba en ella, el problema éramos nosotros. Estamos tan acostumbrados a la belleza de esos paisajes que en realidad pierden gracia para nosotros. Pero ella seguramente está tan acostumbrada a la belleza del caribe con sol, playa, brisa y mar, que lo que para nosotros es paradisiaco, para ella es algo normal.

Eso es precisamente lo que me alarma en cuanto al pecado en sí en nuestras vidas. No podemos acostumbrarnos, no puede volverse en parte del paisaje. Debemos hacernos conscientes de cuán pecaminoso es el pecado.

Hoy, siguiendo con el plan trazado, quiero abordar el mismo tema pero por contraste, es probable que el domingo pasado algunos hayan salido inconformes, o incómodos con los papelitos en las sillas, o con el mensaje. Y como lo dije, quería incomodar, quería despertar entre nosotros una comprensión renovada de lo que es el pecado.

Como ya lo he mencionado, hoy quiero hablar de la santidad de Dios. Es uno de los atributos que conocemos de Dios y diría que es con el que más familiarizados estamos.

Para esto quiero que veamos varios pasajes que nos pueden ayudar a tener una comprensión más concreta de lo que es la santidad de Dios.

En primer lugar quiero invitarlos a Isaías 6, y vamos a leer los versículos 1 al 3. El autor R.C. Sproul hace una lúcida observación en cuanto a este pasaje: al estudiar los atributos de Dios, podremos encontrar que es justo, poderoso, amoroso, misericordioso etc. Pero lo curioso es que en ninguna parte de la Biblia encontramos que diga que es justo, justo, justo, o poderoso, poderoso, poderoso, o amor, amor, amor, pero sí dice que es santo, santo, santo.

Sin duda este atributo no solo es el que más se destaca sino que reúne a todos los demás.

La palabra hebrea utilizada en este pasaje y que equivale a santo en la traducción es qadosh, que es una derivación de la palabra kadash que significa ser limpio o puro ceremonial o moralmente. También significa escoger, nombrar, consagrar, dedicar, santificar, mantener, preparar, anunciar, purificar algo o alguien en su totalidad.

En otras palabras significa separar o estar separado, apartado, aparte. Es como cuando uno separa algo, o aparta algo para un fin especial. Cuando uno hace eso es porque, independiente de la actividad que esté realizando, ese objeto que separa es algo especial.

Pero no es solo que se separa algo, sino que ese algo que se separa es lo mejor. Al cumpleañero se le separa el mejor pedazo de la torta. A la mamá se le da la mejor silla, etc. Eso es santificar. Pero no solo es lo mejor, sino que es lo único, es algo que no tiene competencia.

En conclusión, cuando la Palabra de Dios dice que Dios es santo, está diciendo que es tan especial que como él no hay otro, que es único.

Qué dicen estos pasajes:

Éxodo 15: 11 – Este es el canto de adoración de Moisés y el pueblo de Israel al ser liberados asombrosamente al cruzar el Mar Rojo.

¿Quién como tú? Es una pregunta retórica. Implícitamente dice, no hay otro, no hay nadie como tú. Por favor tengan presente este concepto. Estamos hablando de un Dios perfecto, sublime, poderoso, que es santo. Cuando decimos que es santo entonces debemos comprender que es único, que no hay otro como él.
1 Samuel 2: 2
El salmo de adoración de Ana después de haber visto la fidelidad de Dios al escuchar su oración y concederle su petición.
No hay santo como Jehová, no hay ninguno fuera de ti, no hay refugio como el Dios nuestro.
¿Vamos empezando a comprender el significado de separado, apartado?
Salmo 86: 8-10
Una oración de David. Ninguno hay como tú entre los dioses. No hay obras que igualen tus obras. Tú eres grande, sólo tú eres Dios.
No hay otro Dios. No existe, no lo podemos encontrar. Solo Dios es santo. solo Dios es único. Sólo Dios es Dios.
El tiempo puede pasar rápidamente si nos quedamos mirando cuantos pasajes hay en la Palabra de Dios que nos hacen ver precisamente la santidad, que no hay otro Dios como él.

Esto me hace recordar algo. Me hace acordar de los primeros tres mandamientos:

Éxodo 20: 2 – 5.

Me encanta cómo en la Palabra de Dios todo se conecta con todo. Hay algo que nos pasa en cuanto a la ley de Dios, y específicamente en cuanto a los 10 mandamientos, y es que tendemos a leerlos desde la perspectiva humana. Como una lista de cosas que debemos o no debemos hacer.

Sin embargo, creo que deberíamos leerlos desde la perspectiva opuesta, pensando en qué nos revelan de Dios. Cuando uno lee algo, ya sea un artículo en el periódico, un blog en internet o una novela, de una u otra forma alcanza a darse cuenta cómo es la persona que escribe lo que uno está leyendo. Alcanzamos a hacernos una imagen de esa persona. Pues bien, lo mismo sucede con la palabra de Dios, y específicamente con los mandamientos. Ellos son un reflejo de cómo es Dios, nos hablan con mucha claridad de cómo es él.

¿Qué normas hay en tu casa? Las normas hablan de cómo son las personas que las trazan.

Si llegas a una casa y te piden que antes de entrar te quites los zapatos, ¿eso qué te hace pensar? Bueno, estas personas tienen costumbres orientales, o les gusta cuidar la alfombra, o saben que los zapatos tienen mucha suciedad y que es saludable no pisar por toda la casa con ellos. Sea como sea, esa norma refleja algo de cómo son las personas que viven en esa casa.

Bueno, si volvemos al punto de la santidad, recordando que es ser apartado, ser único, y si miramos los primeros tres mandamientos, sin duda empezamos a darnos cuenta de la perfección de Dios. Si él dice todo esto que acabamos de leer, lo dice porque es santo, y ¿qué más dice que es? Es un Dios fuerte, celoso.

Ese Dios único, separado, apartado, que no hay nadie otro como él, no puede aceptar que a nosotros se nos ocurra la maravillosa idea de adorar algo que no sea él. ¿Por qué? porque cualquier otra cosa que no sea él, no es dios y si algo no es dios, entonces no merece ser adorado. ¿Qué dice Isaías 42: 8?

Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas.

Esto me hace estremecer. Porque también me hace ver que él es un Dios justo. ¿Por qué? Es sencillo.

Pongámoslo en estos términos: Yo me llamo Eduardo Nieto Horta, y estoy identificado con la cc. xxx. Si el día de mañana por alguna razón extraña saliera en el periódico un anuncio otorgando el premio mayor de baloto a Eduardo Nieto Horta, identificado con la cc. xxx. Eso querría decir que solo hay una persona que puede recibir ese premio. Ahora, si llega alguien y dice, yo me llamo Alejandro Mendieta, y estoy identificado con la cc yyy. Y le entregan el premio, ¿tendría eso alguna lógica? ¡No!, de hecho ¿qué es lo que podemos decir? ¡No es justo! ¿Por qué? porque ese premio era sólo para una persona. Sólo había una persona que podía recibir ese premio. Bueno, puesto en las proporciones correctas. Así es Dios, Él es Dios, es el único Dios, no hay otro Dios, y siendo un Dios justo, no pude permitir que nosotros nos salgamos con la nuestra pensando que podemos adorar cualquier otra cosa menos al único Dios real y vivo. Él es justo y si él es el Dios vivo, y si él merece toda la adoración, entonces en su justicia hará que eso se cumpla.

Así que es santo, por ser santo es único, por se único no hay otro como él, y por esto, cualquier adoración que rindamos a otra persona u objeto, se constituye en una injusticia, que, en términos judiciales, es tipificada como idolatría.

Es injusto adorar a otros dioses, y esto Dios lo llama idolatría. Lo cual, para términos prácticos, es pecado.

¿Saben? Podemos tener varios dioses, pero la realidad es que en nuestro corazón solo hay un pedestal. Así que en ese pedestal podemos poner al Dios Santo, o podemos poner cualquier otra cosa, pero jamás podremos servir a más de un dios.

Otro aspecto que debemos entender de la santidad de Dios es que ésta es su esencia en todo aspecto. Es decir, cuando hablamos de cómo es Dios, decimos que es amor, que es fiel, que es justo y más, pues bien. Su santidad es tal que impregna todos esos aspectos. Su amor es un amor santo, puro, es puro amor, su fidelidad es una fidelidad santa, su justicia es justicia santa, su celo, como leíamos en Éxodo, es un celo santo. Su ira es ira santa. Así que en todos estos aspectos es mucho más sublime que lo que podríamos imaginar.
Nos gusta la justicia cuando es aplicada de forma correcta, pero la justicia humana por muy buena que sea, jamás alcanzará a asemejarse a la justicia divina.

Ahora ¿qué tanta importancia le da Dios a su santidad?

Además de lo que ya vimos en los primeros tres mandamientos, que nos reflejan parte del carácter de Dios. Los invito a que leamos Números 20: 1 – 13.

En cierto sentido esta es una situación realtivamente conocida. Está Moisés guiando al pueblo de Israel por el desierto, surge un problema y de inmediato el pueblo empieza a quejarse contra Moisés. Moisés, siendo un hombre manso optó por acudir a Dios, quien le dio instrucciones muy claras.

¿Cuál fue la instrucción?

Habla a la roca.

¿Pero cómo procedió Moisés? En los versículos 10 y 11 lo encontramos. Fíjense cómo se dirige al pueblo: ¡oíd ahora rebeldes! Por lo visto Moisés estaba bastante enfadado, era tal su enojo que en un ataque de ira, en lugar de seguir al pie de la letra lo que Dios había dicho, prefirió golpear la roca, esto en realidad ya había sucedido antes, y Dios le había dicho que golpeara la roca y así había hecho Moisés, pero en esta oportunidad la instrucción era diferente, sin embargo al dejarse llevar por su enojo, Moisés pasó por alto lo que Dios le había dicho.

¿Recuerdas la definición que vimos el domingo pasado sobre le pecado? El pecado es actuar sin tener a Dios en cuenta. Es actuar haciendo las cosas a nuestra manera y no a la manera de Dios. Y eso es precisamente lo que hizo Moisés.

Y como siempre, todo pecado tiene consecuencias, y esta no fue la excepción. ¿Qué les dijo Dios a Moisés y a Aarón en el versículo 12?

Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado.

Y ahora leamos Números 27: 12 – 14

Fíjense bien en todo lo que podemos aprender de solo este pasaje:

En primer lugar, Dios dio una instrucción clara que Moisés y Aarón debían atender, si no la atendían estaban en desobediencia, en rebeldía, estaban pecando, ¿y qué pasó? En efecto, pasaron por alto la instrucción, pecaron, actuaron según sus criterios y no obedecieron a Dios.

¿Cómo llamaríamos a alguien que no se somete a las reglas? Rebelde, ¿Cierto? Bueno, pues esto estaban haciendo ellos, estaban siendo rebeldes. Pero ahí no para. ¿Cómo definiríamos a un idólatra? Yo diría que es alguien que prefiere honrar a otra persona o cosa antes que al Dios verdadero ¿correcto? bueno, pues considero que lo que ellos hicieron fue idolatría.

Miren lo que dice 1 Samuel 15: 23, cuando Samuel confronta a Saúl.

¿Si ven lo complicada que se pone la situación?

Pero todavía no para aquí la cosa, ¿cómo le diríamos a una persona que se queda con la honra de otra persona? Ladrón, ¿Cierto? Bueno, el reclamo que Dios les está haciendo a ellos es que se quedaron con la honra de Dios al no santificarlo delante del pueblo. ¿Saben? Si hay algo que me impresiona es ver cómo el pecado no tiende a ser uno solo sino muchos al mismo tiempo, por no decir todos.

Si hay algo de lo que debemos estar seguros es que nunca cometemos un solo pecado. Lo que a nuestra mente humana podríamos denominar como un solo pecado, ese “solo” pecado está conectado a una cadena interminable de pecados y contaminación.

Es lo que vemos en Moisés y Aarón. Dios les reclama su incredulidad, no les dice que le desobedecieron al no hablarle a la roca, les dice que no le creyeron. Si le hubieran creído, habrían obedecido, si hubieran obedecido, habrían Santificado a Dios, le habrían dado honra, Dios se habría glorificado en medio de ese pueblo.

Qué pasaje tan rico en lecciones.

No nos quedemos mirando lo terrible que se portaron Moisés y Aarón. En este punto tenemos que sacar el espejo y mirarnos nosotros mismos.

¿Sabes? Pecas cuando no obedeces, y no obedeces cuando no crees, y cuando no crees pones en duda lo que Dios dice, y cuando pones en duda lo que Dios dice, le robas la gloria que él se merece.

Dios se glorifica, se santifica en nuestra obediencia. Recuerden lo que hablaba del significado de santo. Apartado, puesto aparte, puro. Cuando hablamos de santificarlo, estamos poniéndonos de acuerdo con lo que él dice de sí mismo en su palabra, estamos diciendo tú eres único, no hay otro como tú. Así que cuando le obedecemos hacemos exactamente lo mismo.

Nuestra obediencia a Dios lo santifica porque al hacerlo, reconocemos quién es él. Obedecemos cuando creemos, creemos cuando no dudamos de lo que Dios dice, y cuando no dudamos de su palabra, lo glorificamos, lo santificamos. Estamos dándole el reconocimiento que le corresponde.

Ahora volvamos a Isaías 6, donde estábamos en un principio.
Hace un momento al leer los primeros tres versículos de este capítulo hacía yo énfasis en lo que decían los serafines que estaban en la presencia de Dios.
Pero quiero que tratemos de imaginarnos esta escena.
Isaías esta en lo que llamaríamos la sala del trono de Dios, y lo que ve es algo que estoy seguro él no alcanzó a describirlo con precisión. ¿cómo poner en términos humanos y finitos una escena como esta?
Pues bien, aquí está Isaías viendo el trono de Dios, viendo la presencia de Dios y también vio serafines. Los serafines son una especia de ángeles muy especial, su nombre, que proviene de la palabra hebrea saraph (saw-rawf) que significa ardiente, algo que quema. Es como si estos ángeles estuvieran hechos de fuego. Unos seres sublimes, santos en sí mismos porque no tienen pecado y pueden estar en la presencia misma de Dios. Pero ¿qué más describe Isaías de estos seres? Tenían tres pares de alas, con un par volaban, con otro se cubrían los pies y con el otro par se cubrían el rostro. Por favor no pierdan el hilo de lo que estoy diciendo. Imagínense esto. La santidad de Dios es tal que aún unos seres santos como estos serafines se sienten indignos delante del al punto de cubrirse pies y rostro. ¿Alcanzamos a vislumbrar un poco la magnitud de la santidad de Dios? Además de todo esto, estos seres no cesan de decir, Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos. Supongo que su asombro nunca termina al darse cuenta de la maravilla de lo que es Dios.
Leamos ahora los versículos 4 – 7.
Isaías se aterró ante esta situación. ¿Qué dijo? ¡Ay de mí! Por favor miren el versículo, fíjense en lo que está sucediendo y en lo que está diciendo Isaías.
Ni siquiera había visto cara a cada a Dios, solo había visto su presencia, pero de inmediato supo que estaba perdido, ¿cómo siendo él un hombre pecador podía sobrevivir a ver la presencia de Dios? Es más, aún si él fuera santo, sin pecado, pero viviera o habitara en medio de un pueblo con labios inmundos, eso sería suficiente para hacerlo indigno ante la santidad de Dios. Por eso es lo que dicen los serafines, Dios no es solo santo, es más que santo, es tres veces santo.
Pero me encanta lo que sucede luego. Uno de los serafines, estos seres hechos de fuego, tomó con unas tenazas un carbón encendido del altar. ¿Cómo es eso? ¿un ser de fuego que toma unas tenazas para tomar un carbón encendido? ¿Así de caliente es el fuego en el altar? Claro, así lo es porque así de sublime es la santidad de nuestro Dios. Y con ese carbón tocó los labios de Isaías y le informó que su culpa era quitada y su pecado era limpio.
La correcta perspectiva de la santidad de Dios debe producir en nosotros una consciencia de pecado. Esa fue la conclusión de Isaías y fue limpiado de su pecado cuando reconoció que era pecador y reconoció quién era Dios.
El que cae de esta forma delante de Dios, al levantarse ya no es el mismo.
Y aquí vuelvo y digo esa frase que seguramente me han escuchado decir muchas veces: es imposible conocer a Dios y no ser transformado.
¿Alcanzamos a vislumbrar en nuestras mentes finitas la infinidad de la santidad de Dios?
Es tan santo que no concilia el pecado, no lo tolera. Su naturaleza no puede aceptar la perversión, la maldad. Qué dice Isaías 64: 6 Aún nuestras mejores acciones son porquería delante de la sublime santidad de Dios.
Así que un Dios santo es un Dios totalmente apartado, separado del mal. La santidad de Dios es la máxima expresión de su carácter.
Leamos Mateo 27: 46. Al ver la sublime santidad de Dios, entiendo mucho más este versículo. Jesús, siendo Dios mismo, sufrió el abandono la separación el distanciamiento al que nosotros estamos condenados por nuestro pecado. Dios no pudo hacer más que separarse, alejarse, dar la espalda, desamparar a su Hijo. Su santidad no lo permitía, su naturaleza exigía esa separación. Y ese grito de angustia de Jesús es el grito con el que nacemos todos y cada uno de los mortales. Destituídos de la gloria de Dios, desamparados.
Y ahora leamos 2 Corintios 5: 21.
Esto es impactante. Dios siendo tres veces santo hizo pecado a Jesús, su hijo para que nosotros fuésemoes hechos justicia de Dios en él.
¡Mirad cual amor nos ha Dado el padre, para que seamos llamados hijos de Dios! dice 1 Juan 3: 1
Entender la santidad de Dios debería hacer que nos postremos de rodillas delante de él. Ver cuan sublime es su santidad también nos ayuda a ver lo impresionante que es el sacrificio de Cristo por nosotros.
Leamos Isaías 57: 15

¿Dónde habita el Alto y Sublime? En la eternidad, en la altura, en la santidad, pero por favor no pasemos por alto esta última parte:

y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados.

Dios habita con los humildes de espíritu, con los que se humillan, con aquellos que, así como veíamos en David, reconocen su pecado y reconocen la santidad y el glorioso amor de Dios por medio de Jesucristo.

Proverbios 28: 13 dice:

El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.

Tener una percepción correcta de la santidad de Dios nos debe llevar a tener una idea correcta de lo que realmente somos.
Para terminar leamos 1 Pedro 1: 14 – 16.
Recordemos lo que sucedió con Moisés y Aarón, ellos no obedecieron, y no obedecieron porque no creyeron.
Aquí Pedro nos exhorta a ser hijos obedientes, y para ser hijos obedientes debemos creer lo que Dios dice, no importa cuál sea el costo. Porque de lo contrario terminamos conformándonos a los deseos que antes teníamos en medio de nuestra ignorancia.
Dios nos dice que seamos santos como él es santo porque ahora somos nuevas criaturas. Por eso podemos ser santos. Esa nueva naturaleza no está sujeta a la ley de la carne y de la muerte.
Esto no quiere decir que no pecamos, lo que quiere decir es que en Cristo podemos no pecar. Antes, sin Cristo, no teníamos alternativa, pecábamos o pecábamos. Ahora, en Cristo podemos no pecar.
El domingo pasado empecé hablando sobre avivamiento. Decía que los grandes avivamientos en la historia de la iglesia se han dado cuando el pueblo de Dios se ha humillado delante de él pidiendo transformación, y esto ha llevado a muchos a la confesión de sus pecados, a reconocerlos. Pero Dios nunca obrará en medio de un pueblo que prefiere encubrir sus pecados. Parafraseando el versículo de Proverbios, podríamos decir que la iglesia que encubre su pecado no prosperará, pero la que los confiesa y se aparta, alcanzará misericordia.
Es hora que cada uno se mire a sí mismo. Por favor no me malinterpreten. No estoy diciendo que un cristiano no peca, lo que estoy diciendo es que si un cristiano peca, el Espíritu Santo lo redarguye de pecado y si esta persona deja que el Espíritu obre, corre a los brazos de Dios en lugar de quedarse esperando y caer en sus manos.
Gálatas 6: 7 dice:
No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.
No nos engañemos, veamos la santidad de Dios, entendamos la inmensidad de su sacrificio, y no nos conformemos con vidas hipócritas, sino con vidas santificadas en las que resplandece más la gracia de Dios que la bajeza de nuestra maldad.
Entre más conocemos la pureza de Dios, más despreciamos y nos alejamos de nuestro pecado.